dijous, 23 d’octubre del 2014


En el filo de la memoria

La nostalgia, esa memoria con imágenes donde fabricamos la materialidad del recuerdo recurrentemente. Allí, donde quedamos paralizados frente al espejo, incapaces de romperlo, incapaces de atravesar nuestra propia figura. Justamente es esa impotencia para romper nuestro reflejo la que nos obliga a establecer puentes materiales entre el pasado y el presente.

La nostalgia, ese material con el que fabricamos las obsesiones, donde lo pensado queda sometido a los límites de la percepción sensorial.
Ese pensar en el recuerdo que pretende el dominio de las cosas, llega tras una búsqueda ansiosa y su presencia no sólo nos oculta lo esencial de lo olvidado sino que bloquea nuestras posibilidades de emprender un proceso de esenciación[1] de la memoria. En la nostalgia se presenta, pues, la memoria de quienes hemos olvidado lo esencialmente verdadero.

  • Y si es así, ¿cómo sabemos de esa verdad?

Pues porque sin embargo algo en este olvido nos araña, algo que viene envuelto en la certeza de que esta vida que vivimos no es la nuestra. Mi vida que no es mía. La vida no puede ser esto. Es así como tenemos noticia de haber olvidado el olvido.
Para poder emprender ese proceso de esenciación de la memoria habríamos de hacernos capaces de romper la imagen que nos devuelve el lago, es decir, habríamos de matar el dios que creemos ser mientras habitamos nuestras vidas sin preguntarnos de qué son privadas.

La Melancolía, esa memoria sin imágenes donde lo que retorna es la diferencia, no lo mismo, donde no hay puentes, donde pasado y presente habitan al mismo tiempo. En ella retornan aromas de las emociones, acaso lo percibido más allá de los sentidos y a pesar de ellos; lo no imaginado. Otro reino distinto de las cosas y los procesos mentales. Con ese arañazo en las entrañas retorna lo que se había ocultado como un tirano en su trono incómodo sin poder admitir que desconocía su propio secreto.

Dejarse penetrar por la melancolía nos hace valientes, nos pone en disposición de atrevernos ya a mirar el fondo oscuro, el agujero temible de un “pensamiento otro” inimaginable. Nos dispone a esenciar el pensar en esa diferencia que retorna, a descender con ella al abismo, a pensar nuestra vida radicalmente. Nos da valor para empezar a dejar de ser lo que hay que ser.

La melancolía adviene a pesar de uno mismo en el discurrir de una angustia creadora, a menudo producida por una tragedia personal o colectiva. Una substantivación de nuestra vida que nos la presenta como ajena. Debemos prepararnos para saber oírla. Atender nuestra melancolía es una tarea ineludible.

Su advenimiento es capaz de romper el espejo de la superficie y nos permite la inmersión; desprendernos de nuestra figura. Romper el espejo, descender al abismo, es vaciarse y este proceso de rotura y vaciamiento requiere de una herramienta, de un arma.

Esa arma es el odio libre a la vida.
Ese “pensamiento otro” que se propicia en un abismo sin fondo, fruto del odio a la vida, es un pensamiento del inicio. Ese pensamiento inicial es, sin embargo, el último en llegar en el proceso de esenciación, el último en llegar en esta inmersión.

No te impacientes.

Destruye tu reflejo y sumérgete en una atención esencial. Una atención que se enfrente al vacío, a tu miedo al vacío. En este viaje no hay atajos y sólo puedes emprenderlo tú mismo.

El Saber de la nostalgia es un saber para el Dominio. Nos ha costado sangre, sudor y lágrimas conseguirlo. Este saber se adueña de lo que hay que saber de él; así el hombre que idea la polea para sacar agua del pozo, olvida el agua y ya sólo piensa en la polea; él aún no sabe que domina un saber que arrolla y posee a quien lo cultiva. Es sin duda, un saber útil para la construcción de rascacielos pero no nos sirve para vivir en ellos.

La impotencia que produce este saber no es más que el miedo refugiándose en la obsesión del pasado y sobre ella se asienta la estructura de la esperanza. Se trata de la impotencia que nos hace pretender que estamos fundando algo nuevo, que con nuestra intervención está comenzando algo. Una nueva época decimos.

Pero lo que en verdad nos ocurre es que lo que puede ser pensado en la nostalgia viene determinado por la época, por la coyuntura histórica. El saber de la nostalgia no puede comenzar desde el inicio porque no sabe que ha olvidado el olvido. Sólo en el advenimiento de la melancolía puede atisbarse, como un arañazo, esta carencia. Los saberes de la nostalgia son las formas que adopta el miedo agazapado en la memoria.

El Saber de la melancolía es un saber de la pasión. Este saber viene solicitado por sí mismo. Contemplar la flor puede enseñarnos más que diseccionarla. La flor se muestra, se expone a la intemperie.

La melancolía abre y muestra un agujero en la realidad que te invita a ser penetrado. Un agujero desde donde pensar es atender a lo esencial, con la cicatriz al viento, espaciando el tiempo. En la melancolía se está, estando. No se es en la melancolía. Si alguien pudiera ser melancólico se demostraría con ello la mentira del tiempo.

En este saber, lo esencial no está sometido a la coyuntura histórica aunque el proceso de esenciación requiere puntos de referencia histórica (personal y en el mundo), porque la época hace aparecer siempre diferente la esencia del pensar inicial.

Quien se sumerge en la melancolía pierde toda posibilidad de refugio.

El saber de la melancolía es un saber político, es un saber que se produce en el interior de uno mismo proyectándose hacia lo común. Porque aunque el agujero en la realidad se abre con el advenimiento de la melancolía, se requiere de una decisión para atenderla, ya que el proceso de esenciación se activa mediante una decisión individual, pero no puede ponerse en marcha en soledad. Es fruto de una decisión en soledad, pero no en la privacidad, los otros aunque no te acompañen, están presentes en esa decisión.

En la melancolía no vencemos el miedo con los otros, junto a los otros, sino que sabemos enfrentarnos al miedo proyectándonos hacia lo común. Nuestra esperanza es en acto, no tiene estructura.

Este saber no teme el comunismo, no desconfía. Puede vencer los miedos porque conoce la palabra muerte y quien conoce esta palabra no se obsesiona por salvar su vida. El saber de la melancolía nos deja en condiciones para desasirnos de todo, para dejar de estar copados por los lastres nostálgicos que cabalgan sobre el miedo a no ser.
El saber de la melancolía nos hace libres.

Nos re-encontramos ante la posibilidad de una épica en la que re-conocer otros cómplices en la interioridad común.

Este re-encuentro nos hace más fuertes para emprender un desafío que, por producirse en el interior de uno mismo, no tiene otra marcha atrás que la de aceptar una vida privada, impuesta.

No lo consentiremos. No hay marcha atrás cuando ya nos hemos dispuesto para agujerear la realidad.

Miguel Ángel

[1] En este texto “esenciar” quiere decir penetrar, sumergirse en la búsqueda de la verdad de la memoria, no en su interpretación.


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada