En
el filo de la memoria
La nostalgia, esa memoria con
imágenes donde fabricamos la materialidad del recuerdo
recurrentemente. Allí, donde quedamos paralizados frente al espejo,
incapaces de romperlo, incapaces de atravesar nuestra propia figura.
Justamente es esa impotencia para romper nuestro reflejo la que nos
obliga a establecer puentes materiales entre el pasado y el presente.
La nostalgia, ese material con el que
fabricamos las obsesiones, donde lo pensado queda sometido a los
límites de la percepción sensorial.
Ese pensar en el recuerdo que pretende
el dominio de las cosas, llega tras una búsqueda ansiosa y su
presencia no sólo nos oculta lo esencial de lo olvidado sino que
bloquea nuestras posibilidades de emprender un proceso de
esenciación[1] de la memoria. En la nostalgia se presenta, pues, la
memoria de quienes hemos olvidado lo esencialmente verdadero.
- Y si es así, ¿cómo sabemos de esa verdad?
Pues porque sin embargo algo en este
olvido nos araña, algo que viene envuelto en la certeza de que esta
vida que vivimos no es la nuestra. Mi vida que no es mía. La vida no
puede ser esto. Es así como tenemos noticia de haber olvidado el
olvido.
Para poder emprender ese proceso de
esenciación de la memoria habríamos de hacernos capaces de romper
la imagen que nos devuelve el lago, es decir, habríamos de matar el
dios que creemos ser mientras habitamos nuestras vidas sin
preguntarnos de qué son privadas.
La Melancolía, esa memoria sin
imágenes donde lo que retorna es la diferencia, no lo mismo, donde
no hay puentes, donde pasado y presente habitan al mismo tiempo. En
ella retornan aromas de las emociones, acaso lo percibido más allá
de los sentidos y a pesar de ellos; lo no imaginado. Otro reino
distinto de las cosas y los procesos mentales. Con ese arañazo en
las entrañas retorna lo que se había ocultado como un tirano en su
trono incómodo sin poder admitir que desconocía su propio secreto.
Dejarse penetrar por la melancolía nos
hace valientes, nos pone en disposición de atrevernos ya a mirar el
fondo oscuro, el agujero temible de un “pensamiento otro”
inimaginable. Nos dispone a esenciar el pensar en esa diferencia que
retorna, a descender con ella al abismo, a pensar nuestra vida
radicalmente. Nos da valor para empezar a dejar de ser lo que hay que
ser.
La melancolía adviene a pesar de uno
mismo en el discurrir de una angustia creadora, a menudo producida
por una tragedia personal o colectiva. Una substantivación de
nuestra vida que nos la presenta como ajena. Debemos prepararnos para
saber oírla. Atender nuestra melancolía es una tarea ineludible.
Su advenimiento es capaz de romper el
espejo de la superficie y nos permite la inmersión; desprendernos de
nuestra figura. Romper el espejo, descender al abismo, es vaciarse y
este proceso de rotura y vaciamiento requiere de una herramienta, de
un arma.
Esa arma es el odio libre a la vida.
Ese “pensamiento otro” que se
propicia en un abismo sin fondo, fruto del odio a la vida, es un
pensamiento del inicio. Ese pensamiento inicial es, sin embargo, el
último en llegar en el proceso de esenciación, el último en llegar
en esta inmersión.
No te impacientes.
Destruye tu reflejo y sumérgete en una
atención esencial. Una atención que se enfrente al vacío, a tu
miedo al vacío. En este viaje no hay atajos y sólo puedes
emprenderlo tú mismo.
El Saber de la nostalgia es un
saber para el Dominio. Nos ha costado sangre, sudor y lágrimas
conseguirlo. Este saber se adueña de lo que hay que saber de él;
así el hombre que idea la polea para sacar agua del pozo, olvida el
agua y ya sólo piensa en la polea; él aún no sabe que domina un
saber que arrolla y posee a quien lo cultiva. Es sin duda, un saber
útil para la construcción de rascacielos pero no nos sirve para
vivir en ellos.
La impotencia que produce este saber no
es más que el miedo refugiándose en la obsesión del pasado y sobre
ella se asienta la estructura de la esperanza. Se trata de la
impotencia que nos hace pretender que estamos fundando algo nuevo,
que con nuestra intervención está comenzando algo. Una nueva época
decimos.
Pero lo que en verdad nos ocurre es que
lo que puede ser pensado en la nostalgia viene determinado por la
época, por la coyuntura histórica. El saber de la nostalgia no
puede comenzar desde el inicio porque no sabe que ha olvidado el
olvido. Sólo en el advenimiento de la melancolía puede atisbarse,
como un arañazo, esta carencia. Los saberes de la nostalgia son las
formas que adopta el miedo agazapado en la memoria.
El Saber de la melancolía es un
saber de la pasión. Este saber viene solicitado por sí mismo.
Contemplar la flor puede enseñarnos más que diseccionarla. La flor
se muestra, se expone a la intemperie.
La melancolía abre y muestra un
agujero en la realidad que te invita a ser penetrado. Un agujero
desde donde pensar es atender a lo esencial, con la cicatriz al
viento, espaciando el tiempo. En la melancolía se está, estando. No
se es en la melancolía. Si alguien pudiera ser melancólico se
demostraría con ello la mentira del tiempo.
En este saber, lo esencial no está
sometido a la coyuntura histórica aunque el proceso de esenciación
requiere puntos de referencia histórica (personal y en el mundo),
porque la época hace aparecer siempre diferente la esencia del
pensar inicial.
Quien se sumerge en la melancolía
pierde toda posibilidad de refugio.
El saber de la melancolía es un saber
político, es un saber que se produce en el interior de uno mismo
proyectándose hacia lo común. Porque aunque el agujero en la
realidad se abre con el advenimiento de la melancolía, se requiere
de una decisión para atenderla, ya que el proceso de esenciación se
activa mediante una decisión individual, pero no puede ponerse en
marcha en soledad. Es fruto de una decisión en soledad, pero no en
la privacidad, los otros aunque no te acompañen, están presentes en
esa decisión.
En la melancolía no vencemos el miedo
con los otros, junto a los otros, sino que sabemos enfrentarnos al
miedo proyectándonos hacia lo común. Nuestra esperanza es en acto,
no tiene estructura.
Este saber no teme el comunismo, no
desconfía. Puede vencer los miedos porque conoce la palabra muerte y
quien conoce esta palabra no se obsesiona por salvar su vida. El
saber de la melancolía nos deja en condiciones para desasirnos de
todo, para dejar de estar copados por los lastres nostálgicos que
cabalgan sobre el miedo a no ser.
El saber de la melancolía nos hace
libres.
Nos re-encontramos
ante la posibilidad de una épica en la que re-conocer otros
cómplices en la interioridad común.
Este re-encuentro
nos hace más fuertes para emprender un desafío que, por producirse
en el interior de uno mismo, no tiene otra marcha atrás que la de
aceptar una vida privada, impuesta.
No lo
consentiremos. No hay marcha atrás cuando ya nos hemos dispuesto
para agujerear la realidad.
Miguel Ángel
[1] En este texto “esenciar” quiere
decir penetrar, sumergirse en la búsqueda de la verdad de la
memoria, no en su interpretación.
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